Cuando llegan estas fechas, todavía recuerdo más a mi padre y ya hace 16 años que falleció. No lo recuerdo por las fiestas en sí, no por echarlo en falta en la mesa, lo recuerdo por el inmenso trabajo que para él suponían estas fechas.
Sí, mi padre era pastelero, pastelero artesano y se llamaba Manolo. Ese oficio hacía que desde finales de octubre, entre la celebración de Todos los Santos, la preparación de turrones y los Roscones de Reyes prácticamente no lo viera hasta que terminaban las festividades, así que nunca han sido unas fiestas que me entusiasmasen.
Sobre todo recuerdo con cariño aquellas navidades, cuando yo era pequeño, que celebrábamos toda la familia en casa de la abuela, en el Colegio de Médicos de Pamplona, donde vivía mi abuela Nati y sus hermanas, Concha y Domi. Eran huérfanas y viuda de médico y supongo que por ello eran las encargadas de atender a las personas que necesitaban un certificado médico, para que luego el galeno correspondiente lo rellenase. También se encargaban de mantener en condiciones las oficinas, despachos y la biblioteca del Colegio de Médicos y para nosotros, los nietos y nietas, aquella casa era todo un mundo, con sus inmensos pasillos, que iban desde la calle Zapatería hasta la calle Nueva, con sus miradores, con una cocina cuyas dimensiones serían como todo el piso en el que ahora habito. Hasta con sus habitaciones misteriosas donde los pequeños hacíamos incursiones para rebuscar entre los baúles y descubrir sables y ropas de algunos antepasados cuyos nombres sigo desconociendo.
Pero a lo que iba, que me desvío mucho del tema, quería hablaros del día de Reyes, cuando se come el Roscón y, como suele pasar en la vida, solamente uno de muchos, es el afortunado o afortunada a la que le toca la sorpresa. El resto se queda sin nada, y a uno encima le toca pagar el rosco.
El Roscón de Reyes que comíamos en casa de mi abuela y que con tanto esmero había preparado mi padre era un Roncón especial: no tenía “Haba”. El único que pagaba el Roscón era mi padre. Pero además de no tener “Haba”, tenía sorpresa para todos los que comíamos el Roscón, bueno, especialmente para los pequeños; a cada uno de nosotros, a cada uno de los nietos y nietas, nos tocaba una sorpresa y éramos felices con aquellas pequeñas figuritas, mejores y más conseguidas que las de ahora, por cierto. Los recortes han afectado a todo, ¡hasta a las figuritas del Roscón!
A veces pienso que si en el mundo hubiese más Manolos dirigiendo los Estados, personas que pudiendo hacerlo, como mi padre podía hacerlo con el Roscón de Reyes, hiciesen que todas las personas pudiesen tener su “sorpresa” (trabajo, vivienda, energía, alimentos, educación y sanidad) este mundo sería mucho mejor.