Hola Manolo,
Han pasado 23 años desde que te despediste de mí y dijiste que querías irte, que ya habías vivido dos vidas. Esperaste a que mi madre, Laura, se fuera a descansar después de pasar toda la noche contigo para que pudieras partir en paz, en mi compañía, un día como hoy, 3 de septiembre. La vida pasa rápido, ¿verdad?
A pesar de nuestras diferencias, que las teníamos, siempre contaste con mi cariño, y yo con el tuyo. Recuerdo esas conversaciones que manteníamos, aunque eran raras, eran momentos en los que nos abríamos por completo el uno al otro. Al final, siempre tenía que darte la razón cuando me decías que debía conocer a tal o cual persona. Al principio dudaba, pero ante tu seguridad y tu cabezonería, muy a lo Zúñiga, era más fácil darte la razón y decir que sí, que la conocía, aunque no fuera así.
Disfrutaste de la vida, eso es indiscutible. Estoy seguro de que todavía hoy, 23 años después, en Pamplona, hay muchas personas que te recuerdan con cariño. Eres recordado como el pequeño de los «moricas», Manolo «el pastelero». Muchos de tus compañeros del «Struendo de Iruña» y las cuadrillas con las que «poteabas» o hacías el «tardeo» aún te recordarán, estoy seguro. Por cierto, que lo del “tardeo” no es algo nuevo; ya lo hacíais hace 30, 40 o más años.
Este aniversario he pensado mucho en ti, quizás porque pronto entraré en la década en la que te fuiste. Me enseñaste algo importante con tu partida, aunque quizás no lo supieras. Pasaste toda tu vida trabajando en el mismo lugar, haciendo las mismas cosas, para llegar a la jubilación y poder disfrutarla unos pocos años. Ahí aprendí el significado del «Carpe Diem», de vivir el momento, y eso es precisamente lo que he estado haciendo desde entonces. Y pienso seguir haciéndolo mientras pueda.
Gracias por todo, Manolo. Siempre estarás en mis pensamientos.